lunes, 13 de agosto de 2012

Bodhisattva

Tomé el metro junto a Santiago, Max y un amigo de este último que jamás en mi vida había visto. Con Santiago nos pusimos a planificar el viaje que teníamos preparado para la otra semana y decidimos organizar cada una de las cosas que llevaríamos. Nuestro destino era el cerro “El Carbón”. Nunca había escuchado de él, pero Santiago insistía con ir. De hecho con Max desde un principio habíamos elegido otro cerro para poder escalar, pero cuando le contamos a Santiago sobre nuestra idea, nos hizo cambiar inmediatamente de opción ya que decía que el San Cristobal era para maricas. Desde el metro Los Héroes hasta Tobalaba (donde me bajé yo) hablamos sobre cada cosa que llevaríamos. Santiago me dijo que él tenía carpa, cocinilla, mochilas extra para cada uno y un montón de cosas más que ya no recuerdo. Me sentía bien por tomar la decisión de volver a reunirme con la naturaleza. Sé que eso me haría realmente feliz. Todo gracias a Jack Kerouac y su maravilloso libro “Los Vagabundos del Dharma”. Andaba rayado con aquel libro. Como Santiago también lo había leído, ambos hablábamos a cada instante que queríamos vivir las mismas situaciones que Ray Smith había vivido. De hecho Santiago me confesó que a final de la carrera universitaria se iría al sur a vivir como guardabosques y a escribir mucho más de lo que lo hacía ahora. Su meta era encontrar el nirvana. Refugiarse abrazado a la naturaleza y más aún, sobrevivir en ella meditando por el bien de todos los demás. Santiago era profundo, pero creo que yo también. El más que yo eso sí. Se notaba que venía practicando esto desde hace tiempo y en fin, era un buen sujeto. Mientras que yo solamente quería lograr ser como él o por lo menos parecerme un poco; desafortunadamente, siempre quedaba con un pie atrás como si fuera imposible adelantarlo. Santiago bebía a sorbos grandes la tranquilidad, pero para mí se me hacía difícil absorberla. Mientras viajaba por la línea cuatro del metro (la que me dejaría en Quilín) iba leyendo “Los Vagabundos del Dharma” pero además, iba reflexionando mucho sobre lo que de verdad quería en mi vida. La verdad es que me encuentro en un momento donde no deseo muchas cosas y casi nada me satisface como ser humano. No sé si esto sea malo, pero me ha mantenido inquieto desde hace ya unos tres meses, donde el punto es que hablando más que en serio, no quiero ser nadie en la vida. Este es el momento preciso en donde medité sobre unirme un poco más a la naturaleza. Es cierto que viviendo en Santiago es un poco complicada la misión, pero si quiero encontrar la pureza y la tranquilidad, tengo más que claro que en detalles pequeños lo puedo lograr. Y cuando digo detalles pequeños, también me refiero al hecho de viajar a lugares cercanos a Santiago – donde haya naturaleza – y así poder sacar el máximo de ellos y sentirme realizado conmigo mismo. Además, reflexioné mucho sobre la caridad y los buenos gestos. Desde hace mucho tiempo que siento que no he hecho nada bueno por nadie. Que me he refugiado en mí, que me he basado en mí y que hasta he hecho el amor conmigo mismo. Llegué al punto en donde pensé que quizás la elección de dar sólo por dar, me parecía la más correcta y la más sincera. Aunque no se crea, la verdad es que si quiero ser un buen hombre, ya basta de ser el ermitaño egoísta de siempre, quizá también pueda sentirme como un vagabundo del dharma. Después de haber llegado a Quilín y haber esperado más de media hora para que llegara la micro de acercamiento, me bajé en el Jumbo que está al lado del condominio donde vive mi tía (y en donde vivo como invitado) y decidí comprarme una polera que costaba novecientos noventa y nueve pesos (y de un color que no sé cual es por culpa de mi daltonismo leve) y además, una bolsa de pan de molde para llegar con él a la casa y repartirlo en familia. Ya sentía un cambio en mí, pero no sé realmente cual era. Cuando llegué a la caja del supermercado, saludé cordialmente a la cajera, le pagué lo que había comprado y le pasé doscientos pesos al empaquetador, le dije: Toma broder. Y me lo recibió, me deseó que me fuera bien y se escapó hablar con otra empaquetadora. Pensé que se dedicaría a hablar conmigo o algo así, pero me di cuenta que estaba esperando algo de lo que había hecho, así que me disgusté un poco, tomé la bolsa y me largué, ya cuando estaba afuera del supermercado nuevamente me sentía de buen humor y me fui silbando hacia la salida. Ahí me encontré con una mamá que estaba con su hijo pequeño haciendo jugar a un perro con una botella. Me acordé de mi vieja y me dio un poco de pena, me senté en una banca y me puse a mirar como saltaba el perro cada vez que le tiraban la botella al aire. Se le notaba entretenido y bueno, yo también lo estaba. En realidad todos los estaban, hasta el guardia del condominio, la tía del furgón con los niños chicos, la mamá y también su pequeño hijo. Todos sonreían y juro por lo que sea en el mundo, que ese fue uno de los momentos más satisfactorios que he sentido en mi vida. Algo por fin me había satisfecho y me sentía realmente feliz desde hace mucho tiempo. Volví a reflexionar tal como antes y me pregunté a mi mismo si es que acaso esto había sido regalo por haberme portado bien por más de una hora y haber hecho cosas buenas, y me dijo a mi mismo que sí, pero al instante me percaté de que me estaba apoderando una ambición por hacer cosas buenas solamente para recibir algo bueno también, moví la cabeza de un lado a otro y me di cuenta de que nada de eso valía la pena, ver al perro saltar feliz de la vida en este preciso momento, era mucho más importante que estar analizándome a mi mismo cada cinco minutos. Pegué un respiro, miré al cielo y me dieron muchas más ganas de subir el cerro junto a Santiago y Max, sabía que algo grande nos esperaba, algo legendario. Tomé la bolsa de mercadería y agarré rumbo hacia mi casa. Al llegar lo primero que hice fue poner el pan sobre la mesa central, luego me masturbé y por último me acerqué al refrigerador para percatarme de que si había queso. Para mi gran suerte si había y ahí es donde me di cuenta de que este había sido un buen día, es lo más seguro que tengo hasta el momento. Definitivamente este había sido un buen día.

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