martes, 29 de enero de 2013

14.-

 En el patio de mi casa me siento como perdido. De verdad hay un mundo allá afuera, tenían razón mis abuelos. Una banquita verde que está que se cae, recibe a mi trasero y desde ahí observo cómo el pajarito cantor que está parado sobre el cable de electricidad invoca la danza primitiva de sus amigos mayores quienes lo miran desde el cielo y no acuden a su grito de ayuda. Mis dos perras mientras tanto duermen acurrucadas cerca del portón. A la Maca se le pone el hocico rosado y a la Diva se le pega toda la cara al piso. Ambas, aunque estén dormidas, están atentas a cada movimiento que yo de. Si es que me paro, ellas lo hacen, si es que me voy, ellas me siguen. Son inteligentes y buenas vigilantes, sin embargo, entre ellas no se llevan para nada bien. El otro día con mi papá hablábamos sobre aquello. Él decía que estás eran las dos perras que más mal se habían llevado en toda la historia de los perros boxer en nuestra casa.

 De la nada, nada, nada.

 Ambas se paran al escuchar la sirena de bomberos, levantan las orejas, se huelen y empiezan a aullar cómo si fuesen lobos, mirando fijamente al inmenso cielo que las observa desde arriba.

 Terminado aquello, se miran, se separan y se van a tirar a cualquier lugar con sombra que encuentren. Me acabo de percatar que ambas duermen de la misma forma, pegadas con el hocico al piso. ¿Será qué todos los perros duermen igual?

 Mi patio es grande y tiene dos perros. El mundo es grande y tiene seres humanos. Mi ciudad es grande y tiene sirenas sonando por entremedio de sus paredes. El cielo se oscurece de humo negro y se escuchan carabineros y ambulancias. Gritos diabólicos de personas santas.
Mis perras siguen durmiendo. Yo sigo escribiendo sentado en la banca de color verde.

*

A veces es más fácil que la cresta sentirse solo, pero en mi caso no se trata tanto de eso. Se trata más de sentirse visita en cualquier lugar. En la casa de mi papá, en la de mi mamá, en Santiago, donde mi tía. En la casa de mis amigos, etc... En todas me siento una visita, y obvio que lo más extraño es que me sienta visita en la casa de mis padres. Quizá siempre fui visita o quizá de un día para otro empecé a serlo. Voy más por la segunda. No es para nada fácil tener padres separados, todo el mundo lo sabe. Pero lo que realmente molesta de aquello es el tener que distribuirse de una casa a la otra y en ambas poner cara bonita para que todos se sientan bien. En las cenas importantes, en los cumpleaños y hasta en esas estúpidas juntas en donde toda la familia asiste y tus padres quieren que seas inmediatamente amigo de un primo de segundo grado que en tu puta vida viste. Aborrezco la unión familiar y tal vez sea el único. No tengo unión familiar. Tengo padres, mamá y papá, padrastro y madrastra, pero no una familia. No una en la que me sienta todos los Domingos en una enorme mesa a charlar con mis tíos y primos. Tampoco quiero una. Mi familia soy yo mismo, mi chica y mis mejores amigos. Esa es mi casa. La familia que alguna vez tuve me enseñó que en el recorrido de la casa de mi papá a la de mi mamá se encontraba mi verdadero hogar. Siempre situado al medio del camino. Agilizando los pies o arrastrándolos sin motivo alguno. Enseñándome al mismo tiempo que el encierro me asfixia, qué no puedo quedarme tranquilo en un solo lugar y qué por culpa de aquello llevo constantemente una guerrilla interior que me absorbe con sus inseguridades y confusiones. Soy un ser libre, un pájaro cantor. Distraído por gusto y ermitaño en ascenso. No de eso que viven en cuevas y comen lo que cagan, sino de esos que a pesar de que tengan todo el mundo a su lado sonriéndole, aun así se sienten solos dentro de su propio cuerpo. Un cuerpo que ni si quiera llegar a ser suyo. Qué al igual que todo lo antes dicho, también está de visita.