martes, 29 de enero de 2013

14.-

 En el patio de mi casa me siento como perdido. De verdad hay un mundo allá afuera, tenían razón mis abuelos. Una banquita verde que está que se cae, recibe a mi trasero y desde ahí observo cómo el pajarito cantor que está parado sobre el cable de electricidad invoca la danza primitiva de sus amigos mayores quienes lo miran desde el cielo y no acuden a su grito de ayuda. Mis dos perras mientras tanto duermen acurrucadas cerca del portón. A la Maca se le pone el hocico rosado y a la Diva se le pega toda la cara al piso. Ambas, aunque estén dormidas, están atentas a cada movimiento que yo de. Si es que me paro, ellas lo hacen, si es que me voy, ellas me siguen. Son inteligentes y buenas vigilantes, sin embargo, entre ellas no se llevan para nada bien. El otro día con mi papá hablábamos sobre aquello. Él decía que estás eran las dos perras que más mal se habían llevado en toda la historia de los perros boxer en nuestra casa.

 De la nada, nada, nada.

 Ambas se paran al escuchar la sirena de bomberos, levantan las orejas, se huelen y empiezan a aullar cómo si fuesen lobos, mirando fijamente al inmenso cielo que las observa desde arriba.

 Terminado aquello, se miran, se separan y se van a tirar a cualquier lugar con sombra que encuentren. Me acabo de percatar que ambas duermen de la misma forma, pegadas con el hocico al piso. ¿Será qué todos los perros duermen igual?

 Mi patio es grande y tiene dos perros. El mundo es grande y tiene seres humanos. Mi ciudad es grande y tiene sirenas sonando por entremedio de sus paredes. El cielo se oscurece de humo negro y se escuchan carabineros y ambulancias. Gritos diabólicos de personas santas.
Mis perras siguen durmiendo. Yo sigo escribiendo sentado en la banca de color verde.

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