miércoles, 8 de agosto de 2012

Año nuevo

 No sé como hay aquellas personas que dicen que estar solo es aburrido. Recuerdo el año nuevo del 2011/2012 cuando todo calzó perfecto para que a las 12 de la noche anduviera vagabundeando por la ciudad, caminando por una calle interminable teniendo en mi poder indiferencia pre-fabricada y unas latas de cerveza. Ese día había estado donde mi vieja desde temprano. Mientras desayunábamos té con leche me contaba que el día anterior había estado haciendo todos los preparativos para que pasáramos el año nuevo en la casa de una familia que yo ni siquiera conocía pero que a ella obviamente le caían bien. Que lata. No quería ir. Siempre trato de escapar de eventos así ya que me cuesta un montón poder relacionarme bien con la gente. Las relaciones humanas apestan, y yo, apesto mucho más estando dentro de ellas. Golpeamos la puerta principal de la casa y nos reciben tres personas que jamás había visto en mi vida. Llevan gorros con luces y serpentinas en todo el cuerpo. Nos dicen:

 - Pasen, siéntanse como en su casa.

 Pero no era mi casa. Ni la de mi papá, ni la de mi mamá. Ya que teniendo a tus papás separados uno tiene de por sí dos casas desde toda la vida, o mejor dicho, desde que tus padres se separan. Al igual que los cumpleaños. Uno tiene dos cumpleaños. Dos tortas. Dos tortazos. Doble ración de regalos. Doble de todo. Pero esta vez no tenía doble de nada, esta no era mi casa y yo no me quería sentir en casa. No quería estar ahí. ¿Por qué no fuimos a comer comida china como el año pasado? Si la pasamos tan re bien los tres juntos, riendo y haciendo bromas mientras veíamos a los cocineros repartiendo la comida con sus trajes apretados. Que basura era hacer cosas por obligación. Esto era una obligación definitivamente. Entré a la casa y todos estaban riendo y pasándola de lo mejor. Todos nos miraban como bichos raros pero aun así mi mamá sonreía y se hacía la buena onda. Yo le dije a mi hermana que nos fuésemos a huevear por ahí, así que nos metimos por unos pasajes y llegamos a una plaza con columpios, nos sentamos y nos pusimos a conversar. Una de las mejores cosas que hice esa noche fue hablar con mi hermana pequeña. Ella tenía diez años pero charlaba como si tuviera quince. Hablaba de amoríos de sus compañeras, criticaba cosas, pelaba y cahuinaba como si odiara a todo el mundo. Mi hermana era una buena chica y se notaba que a futuro sería una buena mujer y madre, tenía las cosas claras y nadie le andaba con huevadas. Estuvimos como media hora conversando afuera hasta que nos dio frío y nos devolvimos a la casa en donde estábamos. Cuando llegamos mi hermana se fue a bailar con unas niñas que estaban en la casa y yo me fui a buscar a mi mamá para poder hablar con ella en privado, algo se me había venido a la mente. Ni en el patio ni en el living estaba. Que chucha. La busqué por todos lados y lo que menos se me pasó por la cabeza era que estuviera en la cocina. Así que ahí la encontré, con una cotona para no ensuciarse y un cuchillo para cortar la carne. Mi mamá era la empleada de la casa. La dueña del lugar la miraba y le conversaba sobre banalidades que mi mamá aceptaba como si fuesen latigazos en la espalda de un esclavo. Ahí sí que me dio rabia. ¿Habíamos sido invitados para preparar la fiesta o para disfrutarla? La tomé del brazo y la llevé al patio. Le dije:

- Yo me voy de esta huevá’… estamos puros hueveando acá, nadie nos mea.

- Pero Carlitos, comparte con los demás, no seas tan cerrado.

- Pero si no conozco a nadie y tampoco los quiero conocer. No tengo ganas de compartir con gente que no conozco.

- Tan tomado de las mechas que eres para tus cosas Carlitos, siempre estay haciendo un show.

- Me voy mamá… Más encima estoy cagao’ de hambre y ni sé a que hora vamos a comer, veo que son casi la 12 y todavía na’ que na… ¿A qué hora vamos a comer?

- A las 00:30 más o menos… Aquí comen después de los abrazos y de toda la bulla, dicen que comen más relajados.

 ¿Quién cresta come después de las 12?, todos carretean después de eso, todos se emborrachan y todos bailan a Tommy Rey y su inmortal Un año Más… ¿por qué ellos tenían que ser diferentes?

- Me voy mamá, pásenla bien.

 No me despedí de nadie y me fui caminando en solitario por el pasaje. Mi mamá me miraba con una lágrima en los ojos mientras me veía escapar con un six pack de Becker bajo el brazo. Yo me sentía extraño. Sabía que iba a pasar el año nuevo solo, apenas salí de la casa lo asumí y lo llevé a mi mente como si no fuese algo tan malo.

  En Balmaceda no había ni un alma, estaba más o menos a la altura del paradero diez y todo se sentía calmo y fresco. A lo lejos se escuchaban cuchicheos que no podía identificar en la perfección, pero a la hora de empezar a oír como la gente gritaba números de una sigla entendí que sólo quedaban algunos segundos para que fuera 2012. Que bueno que se va ir este año de mierda, me decía a mi mismo. El año 2011 había empezado siendo bueno pero había terminado con un Carlitos que tenía una relación en donde su pareja desconfiaba de él y lo aguantaba solamente porque lo amaba más que a nada en el mundo. La verdad es que nada me interesaba más que mi novia. Ni los estudios ni las relaciones que mantenía con mis amigos y mis familiares. Mi novia había consumido todo y yo me sentía feliz y seguro, ella era lo mejor que le había pasado a mi sedentaria vida. Mi celular sonó y era ella, la mujer de la que estaba hablando en el párrafo anterior. Le conté mi historia y me pidió que estuviera tranquilo, me dijo que me amaba y que este año sería mejor para los dos – no lo fue – luego le pasó el teléfono a mi suegra y le dije que la amaba y ella me dijo lo mismo. Nos llevábamos muy bien, me tomaba como a un hijo y yo a ella como una madre. Terminé de hablar con mi novia y le pedí que la pasara bien en esta noche donde todo es jolgorio y descontrol, ella no me dijo nada y se despidió con un simple chao. Ella era fría hablando por celular pero caliente haciendo el amor. Eso es lo que realmente vale. Crucé Balmaceda y me inserté en los profundos pasajes de una villa que no conocía pero que se veía repleta de familias contentas. Ahí estaban todos, observando los fuegos artificiales desde una quebrada en donde podías observar la costanera que unía a Coquimbo y La Serena, adornada por la playa y el mar que ahora estaba iluminado por un centenar de luces que a la gente hacía vibrar. A toda la gente menos a mí. Yo estaba llorando. Tenía pena y no sabía por qué. Quizá tanta felicidad reunida me provocaba lo contrario. Quizá ver tantos abrazos me hacía sentir envidia. No lo sé, no valía la pena seguir aguantado todo ese ambiente familiar de mierda que se provoca en año nuevo. Salí corriendo con las lágrimas volando mientras un montón de familias me veían con tristeza. A lo mejor yo también lloraba de tristeza, pero no por mí, sino por ellos, no hay nada más falso que un abrazo de buenas vibras a las 00:00 de la noche en un día 31 de Diciembre. EUFORIA, RELACIONES PLÁSTICAS.

 Rompí el plástico del six pack y saqué una lata de Becker, me la eché a la boca y me pegué el primer trago de toda la suma que bebí durante toda esa noche. Ese fue el día en el que me di cuenta de que la soledad es la mejor compañera que puedo tener, el tenerse a uno mismo es más valioso que cualquier otra cosa, el quererse a uno mismo es mejor que querer al otro. ¿Para qué compartir, para qué ser dos si se puede ser uno? Desde ese día me di cuenta de que era el mayor egocéntrico que pisaba el planeta tierra. Aquel día me di cuenta que era el mayor egoísta de todos. Aquel día decidí cambiar eso y aquel día me percaté de que no podía. Hasta el día de hoy sigo siendo el mismo que era el año pasado, un año más viejo de edad, pero no más viejo de actitud. Mientras más crezco, más pequeño me siento por dentro. Soy un hombre entre comillas y un CABRO CHICO con mayúsculas.

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