Parte 2
Hace un frío exquisito
aquí afuera. Yo estoy vestido con un chaleco gris que era de mi papá, unos
pantalones negros y unas zapatillas del mismo color. A mi lado se encuentra el
Max, el Santiago y su novia Rosario. Florencia y Caro ya están instaladas en el
segundo piso del bar. Eso lo noté porque hace un rato se asomaron y nos miraron
diciéndonos que subiéramos de inmediato para así no pagar nada. Pero no
resultó. El tipo de la puerta nos detuvo con cara de malo y nos dijo que
todavía no se abrían las puertas. Nos devolvimos y nos ubicamos en donde
estamos ahora, pegados a una rejilla. Observando nuestro alrededor. Observando
a todo ese grupo de gente que espera lo mismo que nosotros, que abran el bar
Uno. Hoy es noche de punk en el bar. Las Femicidio, banda local de Santiago,
lanzan su primer demo para que el público las oiga no solamente en vivo en las
tocatas, sino que a toda hora del día. Me acuerdo del día en que la Florencia
me habló de ellas. Estábamos sentados en el patio de la universidad tomando Coca-Cola
y le empecé a comentar sobre mi banda de punk y todo eso. Como respuesta ella
me dijo que conocía a unas amigas que tenían una banda parecida a la mía y que
sonaban harto en Santiago, que eran alocadas y que siempre que tocaban dejaban
la cagá. Esa también fue la vez cuando la Florencia me invitó a la tocata a la
que iba a entrar ahora y la que me dijo que consideraba que yo era un buen
cabro.
Un
hipster de pelo rapado a los lados, fuma un cigarrillo Hilton mientras está
pegado mirando una luminaria de la calle. Yo lo miro a él y de inmediato miro
la luminaria. No tiene nada de especial. Vuelvo la vista al hipster y ahora se
está arreglando el chaleco. Se ve bien en todo caso, tira onda. Al igual que la
chiquilla rubia que está de espaldas a unos metros de él. Ella por su lado
viste una chaqueta grande café clara, unos pitillos oscuros y unas zapatillas
de lona, observo bien quien es y la reconozco de inmediato. Me digo a mi mismo:
“Que buena mina desperdició mi amiga Ignacia”, se veían bien juntas. Ella cacha
que la estoy mirando y me mira también. Yo me hago el hueón y miro para otro
lado, le echo la talla al Max y ambos nos cagamos de la risa. Una voz indicaba
que las puertas se habían abierto, y yo ya tenía mis $1500 en mano. El tipo
recibe la plata y me mira feo nuevamente, entro rápido y me dirijo al segundo
piso atravesando por una gran escalera oscura. Cuando llego arriba veo a la
Florencia que me ve llegar y qué se abalanza sobre mí, me toma la mano y me
lleva a una pieza oscura en donde la Caro nos espera con unas Balticas que
habíamos dejado enfriando en el departamento de Max. Todos los que andábamos
nos sentamos en los sillones que habían en esta pieza oscura y de inmediato
empezamos a charlar. Qué los beatniks, qué Kerouac es un grande, qué “On the
road”, qué Ginsberg es mi favorito y qué Max opina que los supuestos cuadros
que están pegados en la pared son una mierda y qué Rosario le encuentra la
razón ya que mueve la cabeza de arriba hacia abajo. A los minutos más tarde,
Rosario y Santiago empezaron a ponerse raros, hueás de Pololos, lo entiendo un
poco, pero prefiero no opinar nada. A ratos Santiago dice cosas que yo sé que
le duelen a su novia, porque se le nota en la cara y juro que lo entiendo un
poco, pero prefiero no opinar nada. Florencia llega con unas tallas salvadoras
de ambiente y se instala a conversar con nosotros. Yo me fijo en como se
expresa y me da gusto estar aquí con ella, fuera de la universidad, en un
ambiente distinto, conociendo sus terrenos y su travesías, experimentando la
vida liviana que ella lleva. Me agrada lo que sucede conmigo en este rato. Por
otro lado Max no se ve muy bien, no sé por qué, pero no se ve muy bien, quizá
es porque vomitó hoy en la mañana, o porque no durmió bien en la tarde, quien
sabe. Miro a la Florencia y le digo que vayamos a ver si empezó la primera
banda que va a tocar. Me dice que sí y arrancamos corriendo para abajo. En
medio del camino me dice que soy su hermano y me pone feliz, ayer también me lo
dijo, pero de otra forma: “Eres como el hermano de mi familia que nunca tuve”.
Siento tocar el primer
piso y de inmediato nos metemos en medio de la gente que iba a ver a Blasfemme,
la primera banda en tocar. Haciendo su debut según me contó la Caro, teniendo
en sus líneas a la guitarrista/vocalista de las Femicidio, una mujer de cuerpo
pequeño, ropa rota, pelo teñido azul y unas converse blancas que rogaban ser
votadas a la basura. La observo atentamente y veo como instala su bajo (ya que
en esta banda toca bajo), arregla el cable que conecta al amplificador y mira a
cada persona del público – incluso a mí – reflejando con sus ojos lo nerviosa
que está. Ahora ubica su atención a las demás de la banda y da unas
indicaciones generales. No la paro de mirar. Al ser agresiva logra ser
altamente atractiva. Ya no mira a nadie, toca una nota del bajo y todas
empiezan a tocar. Las Blasfemme están haciendo su debut y además, abriendo el
evento de su banda hermana, las Femicidio. Noto que tocan algo como post-punk
muy parecido a lo que hacen los Pixies. Le digo esto mismo a Santiago – que
estaba atrás mío, junto a Max y los demás – y me dice que de verdad se parecen
mucho. Vuelvo a mirar a la bajista del pelo azul y tomó mi celular, busco las
notas y escribo: “Hay cosas buenas en la vida y entre ellas está claramente una
bajista mujer”. Santiago la ve y se ríe. Yo sigo escuchándolas y me acuerdo de
inmediato de las tocatas malditas que hacíamos con Psicorolia el año pasado. Me
acuerdo de todo el ambiente que formamos en La Serena y de como un centenar de
estúpidos nos chupaban las bolas para que tocáramos en todos los lugares
posibles. Eran buenos tiempos, como me encantaría estar parado a mí arriba del
escenario. Escupiendo y maldiciendo. Sintiéndome feliz con el sonido que
hacemos. Pero qué va, la bajista de pelo azul se ve mejor que cualquier otra
persona ahí arriba, que mejor se quede ella. Ella tira más pinta.
Aplausos para acá y
aplausos para allá, las Blasfemme se bajan del escenario y queda un receso para
que otra banda telonera toque. Santiago de un momento a otro cambia su cara de
felicidad habitual por una que mantiene un seño fruncido y una boca abierta
enojona. Rosario, su novia, tiene cara de querer irse, y Santiago por su lado
también. Es por eso que se despidieron de todos y Santiago vino a despedirse de
mí al último. Me dijo un frío chao sumado con un beso en la mejilla, le dije
chao también y me molesté un poco. Pero bueno, cada uno con lo suyo. Subimos al
segundo piso al igual que hace un rato y nos tiramos arriba de un sillón grande
con el Max, la Florencia, la Caro y unos amigos de la Florencia que se llamaban
Pancho e Ignacia. Ellos se conocen desde antes y nosotros con el Max como que
no entendemos mucho de que hablan. Max se ve chatísimo, la verdad. No le gusta
el ambiente, es fácil darse cuenta. Por su parte, Florencia y los demás, ríen y
toman vino tinto. De vez en cuando me tiran la talla a mí y yo me río, en
cambio a Max no le produce ninguna gracia y al pasar de los minutos me dijo que
quería irse. Me da miedo dejar que se vaya solo por lo que nos había pasado
antes, pero de verdad me quiero quedar. Este es mi mundo, en La Serena era lo
mismo, sólo que aquí son más astutos y no andan paveando. Cada uno metido en lo
suyo. Max se va y yo me quedo tomando vino tinto, le paso luca a la Caro y le
digo que haga las monedas para comprar otro vino. Se para de inmediato y
arranca para el primer piso, me jura de guata que me va a traer el vino. Le
creo y me siento al lado de la Florencia, esta me abraza picarescamente y me
mete en la conversación. Un pito de aquellos empieza a pasar hacia la izquierda
y llega a mi lado con un olor profundo a caca. Sé que es paragua y sé que me lo
voy a fumar. Así que me lo fumo y lo pasó hacia la izquierda. Subo de inmediato
y me tomo otro sorbo de vino. Florencia se ríe y yo me rio con ella. Su amiga
Ignacia tiene una risa peculiar que me da más risa todavía y trato a cada
segundo mantenerme despierto. Como si el tiempo no fuera nada, la Caro llega
acompañada de una mina que no sé quien chucha es, y también de la chica de pelo
azul. OBVIAMENTE, le ofrezco vino de inmediato, lo acepta y lo toma. Ya estoy
inserto en el grupo, la verdad es que no pienso ni en Max ni en Santiago,
pienso en esto, en este momento, en las risas de Ignacia y la extrañez
incomprendida de Pancho. Pienso en esta casa abandonada que fue convertida en
bar, pienso además que parece una casa okupa y pienso que la mina que viene con
un tipo de bigote y barba, tiene un pelo bacán ya que es corto, y yo adoro los
pelos cortos. Estos mismos nos echan la talla y entran juntos al baño, se ven
una pareja bonita y se nota además que están ebrios a cagar; pero dan una buena
imagen por lo menos estando juntos. Se complementan, se nota. Al salir del baño
medios despeinados, se sientan a mi lado y les ofrezco vino, ellos me dicen que
ya tienen y les vendo la cuartilla de poesía que hemos hecho con los cabros.
Sonríen y me dicen que les gustó demasiado, leen juntos un montón de rato y me
pasan quinientos pesos. Les digo gracias y conversamos de otras cosas. La Florencia
ahora está sentada más lejos de donde estoy yo y pude notar que a cada rato se
levanta o para ir al baño o para ir a buscar cualquier cosa al primer piso.
Sigo hablando con la pareja que estaba a mi lado (que se llaman Mari y Joaquín)
y de repente anuncian que las Femicidio van a empezar a tocar. Bajamos todos
apurados y nos insertamos en el infernal tumulto de gente que hay en el bar. La
bajista de pelo azul no sé en que momento subió al escenario, pero ahora está
ahí con una guitarra, acomodándose todo muy bien y de nuevo dando indicaciones
generales. Las Femicidio son tres y realmente se ven bien juntas. La baterista
es de cuerpo pequeño y se parece mucho a la ex de mi amigo Eusebio, tiene una
sonrisa bonita y el pelo tomado. La bajista tiene un pelo ondulado y grande, y
se ve segura en el escenario, más que cualquiera de las otras dos. Unos golpes
de baquetas dan el inicio al show, y de un instante a otro, la bajista de pelo
azul mueve su pelo de arriba hacia abajo como indicando a todos que hagamos lo
mismo. Todos lo hacemos y además nos empezamos a golpear entre nosotros. A mí
no me gusta mucho eso de golpearse en las tocatas, siento que es mejor
disfrutar la música bailando, tal como quería Joe Strummer, pero no puedo
evitar de hacerlo. Estoy golpeando a todos y siento que la energía de todos los
presentes se acumula en el aire y no nos deja respirar muy bien. Estas minas
nunca paran, son como los Ramones, tocan miles de temas en tan solo diez
minutos y vuelven a todos locos, ¿qué más se necesita aparte de eso?, yo creo
que nada. El momento de las Femicidio es ahora y todos deberían estar viendo
esto.
La música envuelve a
todos y tan rápido como llega, asimismo se va. Las Femicidio terminan su show y
la chica de pelo azul regala cerveza. OBVIAMENTE me acerco a ella y le pido,
tomo un sorbo y se la paso, justo a su lado hay un gordo barbón que ofrece el
demo que acababan de lanzar las Femicidio y por la gran cuea’ que tengo, recibo
uno en mis manos y me lo guardo en los calzoncillos. Ignacia, la amiga de la
Florencia me mira y me dice que me ella me lo guarda, se lo paso y me desligo,
subo al segundo piso de nuevo con todos y nos sentamos a fumar lo último que
queda de marihuana. Todos están drogados y sonrientes, y yo también, estoy
disfrutando de un gran día y la verdad, es que no me quejo de nada. He conocido
gente interesante y además, afiancé aun más la amistad con la Florencia. Esta
misma de repente me golpetea el brazo y me dice que se siente bien ser hermanos
de sangre, vuelvo a sonreír y me mira con unos ojos tan calmos que la felicidad
se siente en mi cuerpo casi instantánea. La chica de pelo azul se sienta a mi
lado y le digo cosas que ni yo entiendo, ella me sonríe y me conversa con
naturalidad, creo que le estoy diciendo cosas cuerdas, así que no hay
problemas. Un gordo calvo llega diciendo que ya tenían que cerrar, así que con
todo el grupo nos retiramos del lugar y emprendimos pata cada uno para su casa,
yo estoy borrado, de hecho no me acuerdo de nada más, sólo de un diálogo que tuve
con Florencia en el momento en el que nos despedimos.
Algo como así:
-
Carlitos, cada vez que entras en la vida
de alguien dejas la cagá.
-
¿Tú crees? – le digo.
-
Sí – me responde.
-
Y a ti, ¿te la cagué?
-
No Carlitos, no me la cagaste… o quizá
sí, qué sé yo.
Me
despido de ella, le doy un abrazo y me dice que deje de ser tan ahueonao. Me
río y me voy, camino lento a mi lugar de destino. Pienso en todo lo bien que lo
pase esta noche y reflexiono que quizá no estaba echa para que la pasáramos
juntos los tres amigos. Me pone un poco mal pensar así, pero se me pasa de
inmediato. Debo estar atento a no caerme en el vacío, estoy tan borracho y
drogado que siento que no tengo pies. Quizá nunca los he tenido, la verdad.
Quizá nunca he tenido los pies suficientes como para aplastar mi cobardía y
egoísmo. Quizá ya es la hora, quizá ya es muy tarde… Quizá nunca es hora para
empezar a cuestionarse sobre estupideces.
oye me perdí LA noche. y de la (laura) que me perdí! jajaj "Qué buena mina desperdició mi amiga Ignacia" iajaja
ResponderEliminar