Insultar a los grandes.
Meterle
el dedo en el culo
al come plasta
de Rimbaud.
Patearle el estomago
a William Shakespeare.
Depilarle las cejas
al fenómeno de Cortázar
y violar
hasta la muerte
a la puta inexistente
de Dulcinea.
Volver a leer
las pasadas trece líneas
y decirme a mi mismo:
"Qué malos que están mis
escritos últimamente".
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