domingo, 11 de marzo de 2012
Animal Capitalino
En las noticias de medianoche en el canal nacional, mostraban como una nueva familia recibía un chicharrón gigante por ayudar en la campaña política del nuevo presidente, se les notaba felices y agradecidos, se les notaba contentos. Todo esto estaba situado en una casa grande con una estantería que sostenía en ella una montonera de trofeos y premios deportivos.- “Primera vez que recibimos un premio como este, nos honra demasiado y mucho más si es de nuestro presidente”.- fueron algunas de las palabras que dijo Don Eusebio al recibir el presente, también dijo que pensaba en algún momento comérselo pero que por el momento solo iba estar ahí en la estantería, brillando a todo color. Así era la gente en Santiago, agradecida, en especial con premios de ese tipo.
Entre selvas de cementos y junglas con los cerebros desvanecidos, un Raúl avanza con los pies pegados al piso, sin soltar ni por si acaso un poco de su propio orgullo. ¿Acabará con su vida este muchacho de camisa y corbata?, nadie lo puede ver, está entre la multitud y pasa totalmente desapercibido, ¿cobrará vida su propia idea de renacer después del secreto mismo?, "nadie lo puede ver" se repite en cada rincón, todos pegados contra la pared mirando como la lluvia fría de los ventiladores cae como resina tóxica sobre sus cabezas. Como un rayo de luz va el joven Raúl, con su mano derecha en el bolsillo y una maleta en la mano izquierda. Saca el boleto del Metro y un abuelo que vestía un azulado abrigo lo mira asustado a través de su único ojo bueno, el izquierdo.
Raúl voltea la cabeza y la hace girar completamente, toma el chicle que tenía en su boca y lo introduce dentro de su nariz, menea un poco los brazos y arranca de su cerebro una pizca de su propio ingenio, ¿cómo puede ser el enorme proyecto de vida que tenemos?, ¿tenemos un proyecto de vida?, ¿lo tienes?. Raúl no tenía nada, estaba viviendo cerca del Barrio Brasil hace unos 3 meses, por ahí donde cerca está un quiosco bien de los normales, porque sí, Raúl amaba lo normal, veía cada mañana salir a los pequeños humanoides que avecindaban el lugar, tomaba una Aspirina y daba vueltas en su casa unas 10 veces, amaba hacerlo, por los fines de semana le encantaba sacudirse justo a las 7 en punto de la mañana y volverse a acostar, dormía con los ojos abiertos, lo malo de todo esto es que siempre al despertarse debía insertar una prolongada lágrima de gotitas dentro de sus ojos, estos lloraban pero no de pena, lloraban de felicidad, de descontrol, de rebeldía. Así se sentía Raúl Ramírez desde que escapó de su casa por la mañana, arregló sus cosas la noche anterior y con un "camote" de los buenos, reventó el ventanal que a todo lujo tapizaba la pieza de sus padres. Estos al ver que su hijo escapaba salieron rápidamente a detenerlo, ambos vestían batas de colores extravagantes y a la madre de Raúl una pechuguita media arrugada se le escapaba a ratos. Raúl les levantó el dedo del medio y avanzó a paso rápido hasta el paradero de micros, jamás se le volvió a ver por el vecindario, él iba justo en busca de su destino, de su propio vecindario. Doña Rosita Astaburuaga, vecina de los Ramírez, le contaba a medio mundo que Raúl se había escapado de su casa, nadie lo podía creer y obviamente el rumor llegó en veloz ráfaga a la mansión Ramírez (porque de mansión tenía mucho y de cuchitril tenía poco). Pegó fuerte en la cabeza del padre, la vergüenza para ellos era enorme, tanto así que cayó en una depresión terrible que ni su esposa podría curar.
Ambos desconsolados se dedicaron a ver películas tardes enteras sentados en el sofá, cancelaron todo tipo de cenas formales y se volvieron unos despreocupados ante todo. El pasto crecía y crecía tanto que ya ni se podían ver las ventanas de la casa, todo se volvió un pequeño árbol ambulante donde ya no participaba Raúl, donde ya se había escapado y no tenía planes de volver a podar la maleza encrucijada.
"No se olviden de las 10 en punto comadrejas" gritaba a toda bulla fuera de la casa de Raúl, este se levantaba a las 9:58 y veía en pelotas como el espray negro adornaba su frontis. Que rico, un nuevo día para mentir.- se decía así mismo Raúl cada mañana, se duchaba con agua caliente y tomaba el té solo con dos cucharaditas de azúcar. Le gustaba caminar al closet en puntillas y tomar con lentitud el mismo traje negro que vestía todos los días, menos el Domingo obviamente, ese día ocupaba una brillante polera verde que decía en blanco, "I cant talk with myself".
Raúl salía de su casa a eso de las 12 p.m. Se transportaba a su trabajo, La Moneda. Él siempre llegaba a la misma interrogante mientras esperaba y esperaba el metro en el Andén, "¿y si me tiro al metro?, ¿qué sucedería?", le apasionaba tanto hacerse preguntas que nadie se las hacía, en realidad puede haber muchas personas que lo hayan pensado pero a Raúl no le importaba eso, para él la interrogante era de su propiedad y todos los demás, solo habían copiado la gran pregunta de su vida.
Tomemos un descanso. ¿Han visto que siempre la gente se queda dormida en el metro?, ¿han notado que todos cabecean alguna vez?, ¿se han dado cuenta de que muy pocos le dan el asiento a las personas mayores o con alguna discapacidad?, ¿alguna vez han visto las caras de desesperación de las personas cuando corren hacia el vagón y no alcanzan a llegar?, ¿Se han fijado como pasamos millones de horas al año arriba del metro y nunca nos damos la paja de por lo menos saludar a la persona que casualmente está al lado?. Eso era lo que tanto amaba de Santiago el Joven Raúl Ramírez, sabía que todos los días podía ver a alguien distinto, podía analizar cada uno de sus rasgos y podía estudiarlos con atención cada vez que quería, para él este era el paraíso, no necesitaba nada más, no necesitaba ni su propia ausencia, no necesitaba estar triste, sabía que podía tenerlo todo mientras estaba en la capital y mucho más si estaba arriba de un vagón de metro, aquel que accedías con solo superar la gran barrera de “un metro para la muerte”, y eso es lo importante, eso es lo relevante.
Aquel día había dejado por olvido su tarjeta en casa y sólo podía viajar con un puto boleto de metro. Raúl no gustaba de los boletos, pero por viajar a través del metro, él hacía cualquier cosa. Lo pude ver como llegaba relajadamente hacia el andén detrás de un tipo con una gran túnica negra, se le notaba que andaba con él, lo raro es que no se hablaban, claro, eso era lo raro en exactitud.
Puso sus pies encima de la línea amarilla y observó como las demás personas saboreaban con tantas ganas las mentiras impregnadas en las paredes de la estación, el abuelo del ojo estaba a un lado de él y el tipo de túnica negra se había posesionado en la escalera donde aparecía por escrito “Salida”. Raúl volvió a su pregunta diaria y dio un paso mucho más allá de la línea amarilla, se sentía de lejos como él podía agitarse con el calor que provenía desde la pista del tren, de hecho se apreciaban muy bien las gotitas que adornaban su cara, caminaban con tranquilidad y danzaban desde una mejilla a otra, todo se volvía extraño, todo se volvía confuso, el metro estaba por llegar a la estación y Raúl Ramírez había decidido balancearse en la esquina del andén, miraba hacia abajo y observaba como los circuitos eléctricos lo observaban llenos de hambre y devoción, “Vamos Animal Capitalino, da el paso hacia la seguridad total, hacia el oscuro intelecto, hacia el fuego en tus venas”.- Ramírez tragó un poco de saliva y cerró los ojos, soltó la maleta que sostenía en sus manos y desabrochó un poco la corbata de su cuello, se sentía tan único, especial, eso es, especial, por primera vez en su cómoda vida sentía que estaba siendo especial, útil al mundo, tan útil como una bomba entre ratones y payasos, tan fuerte como un búho sobre una rama, tan importante como el mar en este mundo. Sonrió con dulzura y ya estaba dispuesto a arrojar su cuerpo entero, el metro venía cada vez más cerca y de un momento a otro pasó con tanta velocidad por la estación que ni siquiera los grandes ojos de Raúl pudieron verlo, se sintió rechazado y sumamente decepcionado, se sentía como cuando pasas por una estación donde no paras y no puedes ver más de 10 segundos a una mujer hermosa que camina por el andén, todo era triste para Raúl, no había podido aflojar su cuerpo y para más remate, había sido golpeado por el tren y había caído con dureza sobre el piso. La gente estaba enloquecida y todos estaban reunidos en el mismo lugar mirando hacia la pista. Un joven de 23 años se había lanzado justo cuando pasó el tren y ahora entre los metales descansaba solo su terno negro y su corbata del mismo color, Raúl se levantó a mirar y lo único que pudo ver fue un chicharrón dando vueltas por la pista del metro, su cara palideció y quedó totalmente estupefacto ante el evento recién sucedido. Tomó su maleta y ajustó su corbata, tragó nuevamente un sorbo de saliva y miró hacía la escalera de salida, el hombre de túnica negra ya no estaba y la gente que observaba también se había esfumado, corrió escaleras arriba y logró ver la luz, se sacó la transpiración de la frente y se sumó al hueonaje que caminaba por la calle, se sentía uno más, se sentía animado, sacó el chicle de su nariz y lo botó en un basurero, peinó su cabellera café y caminó con rapidez evadiendo a cada personaje que se le cruzaba por el frente. Sacó su celular y se fue directo a la mensajería, colocó “Enviar a” y escribió con las manos torcidas algo como esto: "Menos ahora que estoy solo contra el mundo, sosteniéndome a mi mismo desde mis patas, mirándome desde abajo y recibiendo solo sonrisas de un Raúl que temporalmente se encuentra en un buen estado anímico, esperando bajo el tiempo el abrazo más apretado de todos, el abrazo más real”.- Apretó la opción “Enviar” y guardó su celular en el bolsillo, ahí fue justo cuando se me perdió de vista y observé como siempre las mismas manchas negras sobre el asfalto de la ciudad, que lata, guardé mis binoculares y encendí un cigarro, corría fuerte el viento aquel mediodía, estaba todo entre comillas, hasta la torre Entel estaba entre comillas, era raro, era sombrío y poco atractivo. Caminé del balcón a mi cama y me tiré a ver como las esquinas estaban sucias y a la vez oxidadas de tanto rencor, sonó mi celu y revisé al instante que podía ser, era un mensaje de un desconocido, tiré a la mierda el celular y me dispuse a dormir la mejor siesta de mi vida, estaba chato de que me llegaran promociones de imbéciles oportunistas.
No leí en realidad que decía el mensaje, solo aprecié que lo firmaba un tal Animal Capitalino, un muñeco más de esta sociedad muerta.- me dije.- un muñeco más de esta sociedad aburrida y escandalizada, lo mejor era recostarse a dormir, olvidando de esta forma, cada susurro que provenía de los trenes, cada alarido momentáneo detrás de millones que iban a lo mismo, iban a estar un metro para su propia muerte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario