martes, 20 de marzo de 2012

Bocanadas


- ¿Qué tal tú día?

- Nada raro po, fue un día nada más.

- Ah, estay simpático...

- No.

Vómito 1:

 Entrelazadas con melancolía las putrefactas mentes de las personas que apagan la alarma en las mañanas. De repente, una idea perdida se me acercó y rápidamente se escondió detrás de mi.- Tápame po, no seai mula - me susurro - no veís que no es tan fácil la vida de una idea en el mundo.- Ya, tranqui, quédate atrás mío nomás, si algún día te ocupo, no dudís en decírmelo, hay derecho a reclamo, relax.

 Se inició el partido y la guerra de los cuerpos se vuelve la odisea más grande que he visto pasar por mis ojos - SE INICIA EL CIERRE DE MENTES - porque está claro que leer las increíbles historias donde relatan como los idiotas se disparan con sus armas, no son nada más que la imitación a la realidad. "Oye huevón, entiende, si de esto se trata la vida, ¿voh' creís que la sufrí en donde vivís?, pa' na hermano, todo eso es mierda, pura mierda".- Así me dijo el loco que después supe que se tiro al metro. Pucha igual me da lata, pero acá en Santiago cada uno va por su lado, tu cachai po, no hay momento para mirar para al lado, es como una carrera de caballos. Puta que me gusta ir al Club Hípico.
Me subí al metro y el olor putrefacto que salía de los sobacos de todos, formaba una atmósfera inhumana y difícil de descifrar, era un movimiento ondulado y desaforado que iba girando a través de las pálidas narices de cada uno de los robóticos sistemas de la estructura más perfecta que los aliens hayan visto. Moví la pierna para acomodar mi mochila y un peíto sutil se arrancó riéndose de mi trasero.- "Oye huevón, vuelve po, vuelve", no volvió, era obvio, los peos nunca vuelven. No importa, total, siempre tendremos más, siempre tendremos más razones para subirnos a un metro y tirarnos un peo. A mi no me importa adonde llegar ni nada de eso, de hecho, una vez me fui a la chucha y me bajé en una estación que era tan inexistente que ni siquiera me acuerdo como era... Ah sí, me acuerdo que era tan invisible aquella estación que me desperté y me lavé la cara para no verla más. Me aburrí no cuento ni una hueá más.

 Como decía, nunca pararé de contar la increíble anécdota que me sucedió....
Mientras estaba en el infierno mismo llamado mundo, un carrito pequeño llamado metro, me dejo la embarrada en mi mente llamada, mente.
El sudor de las personas se escapaba fluidamente por sus poros, los roces de las inanimadas pieles se fueron aumentando en velocidad luz, los calchunchos de seguro ya estaban sudados y lo mejor de todo era ser más grande que todos y mirar hacia abajo, me los imaginaba a todos en pelota, todos en la forma más barata de participar en una gran orgía de categoría sauna. Me encantaba como podía verle los pechos de las mujeres chocando con los codos de los hombres, todos se pegaban, todos se dejaban moretones gigantescos y nadie reclamaba nada, me parece que a todos les encantaba el dolor, les encantaba sufrir y luego llegar a la casa y preguntarse:

- ¿Cómo sucedió esto?

 Me pasé dos estaciones conchetumadre, de puro andar pensando, me gusta pensar pero puta que soy huevón, jetón, agilado, hueveta, tonto. Claro, si tu no podís pensar aquí en Santiago po, se me había olvidado, se me había olvidado que somos maquinas, M A Q U I N A S, roboticas, stereopaleufeúticas, sin razón de pensar nos ponemos a pensar y nos perdemos, ahí pensamos de repente y nos damos cuenta que pensar es un pensamiento tan huevón que nos aburrimos. Me perdí, así de simple, igual fue rico andar en metro y toda la cagá.

 La micro es como un barco, búscale la quinta pata al gato.

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