lunes, 24 de septiembre de 2012

Ema

 Y era una día de mierda... pero estaba con los muchachos. No los había visto hace un montón de tiempo y ya necesitaba tomarme una cerveza con ellos.
 Habíamos estado fumando marihuana con el Gustavo toda la tarde. Ahí, en la casa de un amigo de él, donde estaban todos sus compañeros de trabajo y entre ellos la conocida Ema. Una muchachita que tenía un pelo largo lleno de rulos, un buen trasero y una piel más blanca que una hoja de papel. 
 El ambiente era tan estúpido porque uno se da cuenta de inmediato cuando te tratan de hacer "gancho" con alguna chiquilla, te dejan sentado con ella o se van de la nada o qué sé yo. Es tan estúpido. No tiene estilo. 
Está bien, yo estaba colocado/drogado y volando en las nubes, pero me daba cuenta de todo lo que estaba sucediendo. Gustavo, eres un baboso. Tus técnicas siempre son un poco así, fáciles de darse cuenta. Todo estaba confabulado y yo no me lo compraba para nada. En fin, la Ema se me acerca (inserta en todo el ambiente de mierda donde todos están mirando esperando que crucemos alguna palabra) y me habla de inmediato. Me dice:

- Así que te gusta Joy Division. Buen gusto.
- Hahaha, sí, son buenos. Hubo un tiempo en que estuve bien rayado con ellos pero ahora estoy más piola, tratando de escuchar de todo - le dije.
- Ah, bacán. ¿Y cuándo llegaste a la ciudad?
- Ayer en la noche, como a las 11.
(La conversación era una mierda, puras banalidades y yo me sentía un poco incómodo. ¿Qué es eso de hablarle a alguien que no conoces así de rápido, o yo soy muy amargado y me cuesta esto de relacionarme con personas?)

 La Ema se ausenta por unos segundos y cuando regresa trae en sus manos una cerveza para mí y para ella. Se puso buena la cosa. Era rica la mina. 
 En tanto, Gustavo nos seguía mirando y se reía solo, no sé de qué, pero se reía solo. Ahora no entendía mucho. Siempre que estaba drogado no era muy buena idea mirar a Gustavo. Hay algo en su cara que me produce terror. Quizás son sus cejas. No sé la verdad. 
 Sigo con lo de la Ema. Volvemos al diálogo:

- ¿Y qué tal el trabajo en la capital? - me dice ella y no sé porqué sabe eso de mí.
- Bien. Cansador pero bien. Me pidan que escriba todo el día para esta revista literaria nueva que salió y muchas veces no lo hago de muy buen humor. La verdad es que me cagó en la ondita "literata" y todo su mundo de intelectuales humanistas. Igual recibo buenas lucas con la pega, lo que es raro ya que a nadie le interesa saber que mierda está pasando en tu mente. Menos si están relacionado con las letras y todo esa lata.
- Ah sí, tienes razón. 
 Y ahí quedó la conversación, no sé de que hablarle a las minas. SON TAN RARAS. Los hombres somos más imbéciles y por eso se nos hace más fácil. Ya recuerdo aquella vez que conocí al amigo de un amigo mientras almorzábamos en su casa y a los quince minutos ya era mi partner, habíamos conversado de todo, sentía que lo amaba; de hecho esa vez me desnudé al frente de él y me puse a bailar molestándolo mientras trataba de no atorarse comiendo papas cocidas. Fue un buen día ese.

 Lo importante de esta historia fue lo que sucedió en la noche de aquel día, cuando estaba con los mismos sujetos pero ahora en otra casa. En la casa de un tal Francisco que lo único que hacía siempre era repetir palabras como "loco" o "bueeena", manteniendo siempre una voz relajada y calma, tan así que jamás lograría asustar ni presionar a nadie.
 Gustavo había comprado un botellón de vino para los dos y los demás habían traído cervezas y mucha pero mucha marihuana, de todas las razas, de todos los colores, de todos los olores. Disponibles para que las embutiéramos en pipas y las fumáramos hasta alcanzar las estrellas. Y así fue, todos estábamos flotando en un momento. Yo lo vi, soy consciente de eso. Vi como el Roberto estaba flotando por arriba de unas sillas y mientras lo hacía me sonreía y movía la cabeza así como tratando de arreglarse el pelo. De fondo sonaba Radio Moscow. "Hold On Me". Buen tema. Yo estaba neutralizado, pegado al asiento y disfrutando del botellón como si fuera sólo mío. De repente la Ema llegó a mi lado y me habló algo que no entendí, yo le decía que sí, que obvio, que tenía toda la razón. Se levantó de la nada y se fue a buscar algo que no cachaba que era, pero que brillaba mucho. Le miro la raja. Vuelve a mi lado y me pesca la botella. La miro, no entiendo nada y me sirve el vino en un vaso plástico que tenía millones de colores. Se me pegó a la pierna y me la apretó, luego me habló muy pegado a la oreja y me dijo que tomara el vaso y me lo tomara al seco. Que buenas mujeres son esas que te sirven el copete. Esas son las verdaderas mujeres, las que te ven borracho y que en vez de detenerte te dan más, porque uno siempre quiere más y más. Cualquier hombre puede decir lo mismo.

 De un momento a otro todos los presentes estábamos encerrados en la pieza del dueño de casa con la luz apagada y con el bong del Eusebio - que de repente también estaba - fumando como descontrolados. Ahora sonaba Led Zeppelin. Todos pegados escuchando. Yo no soporté más, la cabeza me iba a estallar. Me sentía feliz. Me sentía pleno. Pero me tuve que tirar a la cama de espaldas y disfrutar un poco en tranquilidad. Todo iba perfecto. Mi mente estaba con la imagen de un Jimmy Page joven y calmo. Moviéndose con hermosura por todo un escenario lleno de luces psicodélicas y mujeres desnudas. De repente a mi lado siento dos cuerpos. El de la Ema y el del dueño de la casa. El Francisco. La Ema se tiró junto a mí y comenzó a moverse lentamente de un lado a otro. Abrí los ojos y la vi mirando al cielo riéndose de la nada. Yo también me reí y le dije algo que yo estaba en tan bajo volumen que de seguro no lo escucho. Ella se dio la vuelta y me quedó mirando. Me besó y se puso a reír. Tomó un trago de vino y siguió en su trance. Por otro lado, Francisco se había quedado pegado al lado mío sin hacer nada. Sólo riendo. Que pacífico se sentía todo. Pero algo atormentaba mi cabeza. La vergüenza. Pensé que a la hora de mirar a los demás de la pieza nos iban a estar mirando extrañados y burlándose, pero no fue así, todos estaban en la misma. Eusebio, Gustavo, Cristián, Margarita, Roberto, etcétera etcétera etcétera. Todos ellos y muchos más estaban en la misma. Tirados en el piso y riendo. Disfrutando de la voz de Plant. Drogados y ebrios. Sabiendo que la vida era lo que sucedía en ese preciso momento. Sus cuerpos brillaban alocados y los ojos de cada uno de ellos se habían perdido entre las nubes y las constelaciones y todas esas cosas que no sé explicar. Por otro lado, Ema y yo teníamos lo nuestro. Nos estábamos besando y pasándola bien. Subiendo de tono cada vez más. Por eso mismo es que la llevé a mi casa, la volví a besar, la desnudé y la tiré a mi cama. Al Eusebio me lo tuve que llevar a mi casa también, pero a él lo tiré en el sillón. Yo había tenido una buena noche y él no. Alguna vez pasará lo mismo pero al revés, quien sabe.

 Ema y yo ya estábamos desnudos. Ella se había tapado bien bajo mis sábanas y yo me había acurrucado a su lado mientras le besaba los pezones. Eran rosados y perfectos. Bonitos. Creo que se lo dije, no me acuerdo en realidad. Ella comenzó a masturbarme. Empezó haciéndolo suave pero terminó haciéndolo como si fuera la masturbadora número 1 de todo el puto mundo. Al rato ya lo estábamos haciendo. No me gustaban mucho las previas, después uno está tan caliente que acabar se te hace fácil y quedas en vergüenza frente a tu acompañante. O quizá me ha pasado sólo a mí. En fin. Ema era una mujer exquisita, tenía todo bien puesto y además era entretenida. Era divertido hacerlo con ella. Era entregada y le gustaba experimentar. Siempre hay mujeres que se hacen las cartuchas y al final su sexo es una mierda. Ema no era así, sabía lo que hacía y ambos nos complementábamos. Tanto así que en un momento nos detuvimos y ella estando arriba mía, comenzó a hablarme sobre todo lo que había pasado (No recuerdo muy bien lo que me dijo, sé que era serio, pero no lo recuerdo. Pero lo que sí recuerdo es lo que contaré ahora) y se detuvo en algo que me llamó la atención particularmente. Me dijo:

- Leí tu página de internet donde subes tus cuentos y poemas y me gustó mucho mucho. 
- ¿Tu crees? - le respondí.
- Sí - me dijo - tienes un estilo especial. Me gusta que hables del sexo con las mujeres. Que hables del alcohol, de las drogas, qué sé yo, de todo eso que le gustan a los hombres. Saber tu visión sobre nosotras las mujeres es interesante... Te pareces mucho a Bukowski. ¿Lo conoces?
- No tengo idea quien es, pero debe ser bueno - le mentí.
- Te gustará, sé que sí.
 Se acomodó mejor arriba mío y comenzó a besar mi boca, mi cuello y los lóbulos de mis orejas. Yo la agarré, le mordí las tetas y le besé con suavidad los pezones. Un repentino ataque de contrastes perfecto para la ocasión invadía su cuerpo entero y la hacía remecer. Gimió. Me agarró a la cara, me beso nuevamente y me dijo ESTO:

- Veo que escribes sobre muchas mujeres y siento que no todas son tan cojonudas - me dijo.
- ¿Ah sí? - le respondí.
- Sí, eso creo. Así que creo que deberías escribir sobre mí. Escribe algo bueno sobre mi y escribe algo bueno sobre esto. Así tal cual como tú nomás sabes hacerlo.

 Así que tras decirme eso me miró a los ojos y fue bajando de a poco. Me agarró el pene y se lo metió a la boca. Así estuvo bastante rato mientras yo la miraba desde arriba y pensaba que aquel diálogo había sido el mejor de toda mi vida. Que ser escritor era lo mejor que le había pasado a mi vida y que en fin, nuestra mísera vida era tan solo un experimento de la estúpida y deslenguada literatura. Que buena era la vida, que buenas eran las mamadas, que buena era Ema, que bueno era todo. Mi vida volvía a tener sentido y Ema había sido la causante de uno de los mejores momentos de mi perra vida.

- Carlitos Ramírez - me dijo - nos veremos pronto, ¿no es cierto?
- Claro que nos veremos pronto - le dije. La besé nuevamente y le di una nalgada.

Cerré la puerta y me fui a masturbar al baño. Eyaculé, me miré al espejo y me dije: "Soy una mierda, pero una mierda con suerte". Me limpié el cabezón y me acordé de Gustavo. Se parecen un poco. "Deben ser las cejas",  me dije. Pero claro, los penes no tienen ceja.

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