Eran como las doce del
día y todavía estábamos parados sin hacer nada, alguno que otro productor se
paseaba por el set mientras las chiquillas del aseo limpiaban la cagadita que
había dejado el jovencito de la película en la primera prueba de cámara. El muy
huevoncito se había pitiao’ la taza de café de la directora justo cuando se
cachiporreaba con su look por al frente de ella. Yo estaba parado sobre mi
mismo y nada más. Ni risa me causó el accidente. Andaba en otra, me encontraba
sobreponiendo el maldito guión dentro de mi cabeza para que calara los más
profundo posible. Todo el día de ayer estuve con esto: “No olvidar el texto, no
olvidar el texto, no olvidar el texto; en serio, ¡NO OLVIDAR EL MALDITO
TEXTO!”. Pero claro, no había resultado en lo absoluto. Andaba más perdido que
la cresta y lo único que me quedaba por hacer era hacerme el huevón y correr a
los camarines para echarle una sapeá al libreto. Caminé hasta el lugar y me
encontré con todos los demás actores, estaban tomando whisky y comiendo snacks.
Me robé unas papas con merquén y me fui raja corriendo a buscar el libreto. Ni
saludé. Grababa en 5 minutos y ya me estaba desesperando. Que suerte, lo
encontré. La tranquilidad volvió y las gotitas de sudor que tenía corriendo por
las mejillas desaparecieron como si nada, se evaporaron, se murieron y se
fugaron. Ahora el drama sería que la toma saliera mal. Ahí sí que la Kathryn me
para los carros. Que está bueno ya de no aprenderse los libretos, que ya está
cansá’, que le ha costado sacar el proyecto adelante y después de eso, las
lágrimas. Las típicas lágrimas que las minas ocupan para obligarnos a hacer las
cosas.
Y bueno, tal como ella
me lo pidió, me aprendí una parte del libreto en 5 minutos y volví a la base
militar ficticia que los jóvenes de la escenografía habían preparado. Les
cuento. Me llamo Carlitos Ramírez y soy el único latinoamericano que está
actuando en esta nueva película de Kathryn Bigelow. Ustedes se podrán preguntar
sobre que va a tratar esta nueva película y yo les diría algo como así: Es una
película sobre Osama Bin Laden. El terrorista que es considerado el cerebro
tras el atentado del 11 de Septiembre del 2001 en Gringolandia. Y bueno, yo
estoy acá en Estados Unidos porque me descubrieron por una obra de teatro que
vinimos a rodar pa’ estos lados con mi academia de Santiago. Entonces aperré
nomás, nica pa’ decir que no. Habían buenas lucas y más encima se gana de
manera muy fácil la exquisita fama que todos deseamos. ¿Cómo estaríai’ que
después salga en álbumes de esos con stickers o en posters y huevás así?, ¡oh!,
sería un sueño para mí, pero bueno, vamos a lo que nos conlleva: Bigelow,
Osama, la luz, la cámara y ¡la acción!...
Había empezado la
escena de cuando los militares entraban a buscar a Osama por un largo pasillo
lleno de rayados y olores que atontaban la ñata. Yo estaba esperando escondido
atrás de unos largos metales mientras me acomodaba los botines para que no se
salieran en el momento en el que tenía que correr. Miré hacia un asistente de
producción y este se veía enojado y maldecía caminando de un lado a otro.
¡¿DÓNDE CRESTA ESTÁ OSAMA?! – gritaba mientras golpeaba el libreto con las
manos. Otro asistente que se encontraba a mi lado me dio la señal para que
entrara en acción ya que justo esta era la parte donde disparaba como loco
piteándome a unos chorrocientos árabes. Puta que se sintió bacán la huevá. La
sangre falsa saltaba por los aires y yo ocupaba unas gafas que no se movían ni
con el movimiento de mi cabeza. Todo era perfección pura.
Hasta se sentía una
suave música que inundaba mis oídos. Era la música de la destrucción. Una
música intensa pero liviana a la vez, dormida pero agitada, doblegaba toda
armonía existente en el mundo. Sonaba como la música que aparece en “La Naranja
Mecánica” cuando Alex y sus partners hacían de las suyas. Esa onda. Pero bueno,
eso no era lo realmente importante para Bigelow y su equipo. Lo que de verdad
les era importante era la desaparición del actor que interpretaba a Bin Laden.
Nadie cachaba donde chucha estaba. Algunos dijeron que había renunciado sin
avisarle a nadie. Otros dijeron que no había que preocuparse porque siempre
este actor llegaba tarde a todo. A esto último Kathryn respondió que no había
excusa existente para faltar a la próxima mejor película del mundo. Se tenía
confianza la flaca. Igual tenía un buen equipo y actores de categoría, pero
nunca tanto como para ser la mejor. Yo sigo pensando que las de Tarantino son
las mejores que existen. Sangre, sangre y más sangre. ¿Para que queremos
mujeres bellas o grandes tramas si es que tenemos sangre y destrucción? Bueno,
igual cada uno con lo suyo, nadie te puede decir que creer o no. Que lata, me
estoy poniendo fome, mejor vamos directamente a la parte donde quedó la crema.
Habían pasado 10
minutos ya desde que un actor amigo del que hacía de Osama se refirió al tema:
No, si este huevón viene llegando. Tuvo problemas en la casa nomás, cosas que
nos pasan a todos, ¿o no? – dijo mientras revisaba su celular cada un segundo.
En definitiva ya nadie quería hacer nada, algunos ya se estaban sacando el
maquillaje y otros se sentaban a conversar como si estuvieran en cualquier
lugar menos en un set de grabación. Kathryn se levantó y prendió un cigarro.
Miró a su gente y les dijo que mañana volvieran. Se le notaba decepcionada. La
verdad es que es súper empeñosa pero no la apoyan mucho.
Sí, esta bien, si sé
que tiene como seis premios Oscar. Pero bueno, todos tenemos días malos. De
hecho, yo estoy teniendo un mal día hoy. Tenía todas las ganas de seguir
grabando pero este saco-huea me cagó el día, así de simple, me lo cagó. Tomé
mis cosas y me fui a los camarines. Estaba triste. Bajoneado. Pero filo, mañana
es otro día y ahora me muero por recostarme a descansar.
Ni se imaginan lo que
me pasó. Cuando llegué a los camarines para tirarme a descansar me encontré con
el actor que interpretaba a Osama Bin Laden muerto y colgado desde una gran
barra de metal que cubría el techo. Quedé helado. Me eché para atrás y salí
corriendo al set donde todavía se encontraban todos reunidos. En el momento en
el que iba a gritar sobre lo sucedido. Una gran puerta se abrió y apareció el
verdadero Osama Bin Laden. Se los juró que era él. Tenía una barba gigantesca y
un traje blanco que estaba brillando como la limpieza misma. Osama agarró su
metralleta y comenzó a matar a todos los que se encontraban en el set. Vi como se
piteó a los asistentes de cámara, a los maquilladores, a los masajistas, a los
camarógrafos, e incluso, a la Kathryn Bigelow. A ella le llegó justo en la
cuesca. Sus sesos salieron volando y llegaron a caer dispersos sobre la cara de
un productor que trataba de escapar. Osama no tuvo piedad con ninguno. Se le
notaba enfadado por este proyecto llamado “Kill Bin Laden”. Hasta cuando se
cansó de tanto disparar recién me miró. Ahí estábamos los dos, frente a frente.
Yo sabía que él me iba a matar. Era obvio. Ya me imaginaba la bala incrustada
en alguna parte de mi cuerpo. Haciéndose parte de mí como yo me hacía parte de
ella. Osama iba a acabar con toda mi existencia y lamentablemente jamás iba a
lograr hacer todas las cosas que alguna vez me propuse hacer. ¿Por qué Osama
tendría misericordia por alguien como yo? Vamos, dispara de una vez y acabemos
todo. Abrí los brazos y cerré los ojos. Me entregué mejor dicho.
Ya no quedaba nada por
hacer y yo era una víctima más de sus mortales fechorías. Pasaba el momento y
todavía no escuchaba el disparo. Pensé que quizá así era la muerte. No sentías
nada y luego aparecías quizás donde. Abrí los ojos para cachar que onda y me vi
al frente de un Osama muerto de la risa que me ofrecía salir junto a él por la
gran puerta que separaba el estudio de grabación con la calle. Acepté. Caminé
tras él hasta llegar a un bar ubicado justo en la esquina y se dio vuelta para
darme unas indicaciones que obviamente no entendí. En ese momento pensé que
sería bueno tener un manual que me enseñara a aprender árabe en cinco minutos.
Pero que va, ya estaba aquí y esto era mucho mejor que morir rodeado de todos
los que habían sucumbido ante la metralleta de Osama. Este mismo me miró y de
un instante a otro apuntó la mesa que se encontraba en el fondo del bar, así
como diciendo que nos ubicáramos ahí en vez de sentarnos en la barra. Un mozo
nos fue rápidamente a atender. Al ver que era Bin Laden sacó de su bolsillo una
libreta y una pluma rogándole por favor que le firmara algo. Osama sonrió y le hizo
una pequeñita firma. El mozo muy contento dijo que las cervezas corrían por la
casa y luego limpió nuestra mesa sin retirar de su vista los ojos calmos que
tenía Bin Laden. Definitivamente era un rockstar. Se sentía un rockstar y
además, lucía como un rockstar. Que fácil era todo para él, de hecho, hasta se
le hizo fácil empezar a dialogar conmigo. Me hablaba como si me conociera de
siempre y obviamente yo no entendía ni huea de lo que me decía. En fin, ahí
estábamos Osama y yo, en el fondo del bar más sucio de todo el lugar. Bebiendo
cervezas frías y riéndonos de buena gana. Osama me dijo que si sabía hablar en
español y que estuviera relax porque hasta se sabía de memoria los modismos
chilenos. Me sentía re cómodo la verdad. Estaba con Osama po, él era famoso y
yo no, el aparece en álbumes con stickers y yo no; en fin, ya perdí mi
oportunidad. Ahora lo único que me queda es volver a Santiago. Volver al
teatro, al smog, al Transantiago y a la rutina. Quizá sea mejor preocuparme de
mi propia película. Quizá sea mejor participar a fondo en esa película. La
película de mi vida. La que se inició cuando nací y la que terminará cuando
muera. Lo peor de todo es que todavía no le encuentro ni los personajes
antagonistas ni los secundarios. Mucho menos el conflicto. Dios, ¿qué mierda
pasa?, ¿así de solo y aburrido estoy? Si quiero que mi propia película sea como
las de Tarantino tendré que empezar desde ahora a ponerle un poco de acción a
la cosa. Osama le puso un granito de eso y ahora me toca seguir a mí. Eso sí,
olvidé pedirle un autógrafo. Será pa’ la otra.
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