sábado, 19 de mayo de 2012

Estáticos

 Ir estáticos, afinados, movedizos, entrelazados, medio lejos y medio cercanos. Ir por ir, nada más que caminar y deambular por querer hacerlo, sin razones, sin significados huevones ni mucho menos, palabras que te provocan el asco mientras vas pensando en las cosas que odias.

- Arg, me apesta esa mina, todo el día con su risita estúpida y su actitud de chupa media frente al jefe, que hostigosa por la mierda. Yo creo que un día renunciaré al trabajo solamente porque ella está.

- Jajaja, a mi me pasa lo mismo muchas veces, hay muchos intelectualoides que se creen los máximos dioses porque saben ocupar una cámara bien y todo lo demás, son unos fomes.

- A veces siento que odio a todos.

- A veces siento lo mismo.

- Lo más raro de todo es que no te odio a ti ni a nuestras conversaciones sobre el odio.
- Quizás no odies todo realmente.

- Sí, creo que es lo más lógico… en fin, ¿Qué compraremos para comer?

 Nos sentíamos los reyes del mal mundo, teníamos un poco de dinero y lo gastamos en alcohol para refrescar las gargantas, no era tarde ni tampoco estaba del todo oscuro. Miento. Estaba oscurísimo y la verdad es que no debería estar a esta hora aquí. Pero en fin, la Ximena provocaba estas huevadas. No piensen mal, no es amor, ni cagando, es otra huevá, pero quizá se parezca un poco a eso. Como explicarlo… Bueno, para que explicar, si tanto les gusta andar interpretándolo todo, interpreten esto también, mi cabeza está abierta de par en par para que encuentre lo que usted ande buscando. Pase nomás.

 Las calles estaban rayadas y sucias, la capital era así, asquerosa y repugnante, mal mirada, odiada por los provincianos. Claro, los entiendo. Aquí puedes ir a comprar el último disco de The Black Keys que seguro en las regiones no debe estar, o también puedes buscar el de Foster the People y comprarlo a un precio razonable. No sé, siento que en la capital todo se puede, y bueno, Yo y Ximena lo podíamos aún más, Santiago era nuestro, y por favor que no suene como si lo hubiera dicho un idiota periodista con pelo a lo surfer que piensa que todo lo hace bien en la vida. Por favor que no suene así. Ximena y yo éramos de otra especie, la de los inconformes, la especie de los objetos perdidos, la especie de los con huevos y los con aguante, lo digo porque ambos fuimos pajarillos salidos del nido a temprana edad, enviados hacia la realidad pero con una imaginación que hasta el puto de Shakespeare le hubiera gustado tener.

- Ya, ¿crees que logre achuntarle en la cabeza desde aquí?

- Inténtalo. Sería gracioso ver como le cae un escupitajo en la cuesca.

- Eres de lo peor que existe Ximena.

- ¿Tú decís?, puta porque yo creo lo mismo.

 De eso se trataban nuestras vidas, de lo poco que podíamos saber del otro. A ver, hagamos una parada. Que quede claro que yo, Carlitos Ramírez, no soy nada de la Ximena Campusano. Somos buenos amigos, obvio, pero nada más, somos humanos y bueno, vivimos en el mundo, creo que eso es lo único que nos vincula, pero ni tanto tampoco.
 Uno bebía cerveza y el otro comía maní. En la radio sonaba “Black Hole Sun” de Soundgarden. Sí, la radio era la Sonar. Ninguno de nosotros la había puesto ahí precisamente pero que va, ahí estaba y ahí se quedaría hasta el final de nuestra historia. Sígame, prosigamos. La cerveza era barata pero no por eso iba a ser mala. Los dos bebíamos y nos volvíamos cada vez menos tranquilos, menos conformes, menos felices. Éramos seres tristes, seres que no podían vivir sin el amor de otra persona, éramos seres que nunca íbamos a dejar de amar, nunca. Podríamos ser profanos, distraídos y de lo más antisociales posibles pero no por eso íbamos a dejar de amar. Como todo el mundo, necesitábamos un abrazo, y de un momento a otro, ambos estábamos afirmados mutuamente como si el mundo se basara solamente en eso, solamente en un abrazo que dejaba atrás todo tipo de formalidad y se encaminaba a un abrazo que se sentiría como el más eterno, tanto como para Ximena como para mí.

 “De 1 a 10, lo pasamos bomba nuclear”, Pedro Piedra, Sol Mayor".

 Un beso apasionado provocó que la luz se fuera atenuando mientras nuestras manos trataban de afirmarse en algún rincón de las sillas donde estábamos. Cada vez más sentía que me caía. Estaba caliente, sí, más que la mierda. Ximena jamás me había provocado huevadas así, nunca en realidad; tampoco habíamos hablado de temas sexuales ni mucho menos, no nos importaba en realidad si es que teníamos un pene o una vagina, éramos simplemente como los falsos Adán y Eva, que no sabían que mierda hacer con lo que guardaban en sus entrepiernas, éramos como un perro que se mira al espejo y no sabe si el que ve frente a él es su oponente o una copia barata de él mismo. Nuestras manos estaban introduciéndose en lugares que no correspondían. En realidad era yo el que lo hacía. Ximena tenía unos bonitos senos, unos pezones tan suaves como la seda y a la vez tan puntiagudos como unos conos del transito. Yo quería beber de ellos, vivir de ellos, nacer de ellos y morir de ellos al instante. Su cuerpo me producía un ataque cardiaco, un ataque que jamás tendría pero que no por eso no imaginaría cada mañana que despertaba erecto, porque sí, para que estamos con huevadas si los hombres presentes saben que siempre nos pasa.

- ¿A qué hora llegarán las demás?

- No lo sé, tarde supongo…

- Vamos a tu pieza.

 Ximena no respondió nada y me agarró de la cara como si fuera un bebé al que todos acarician. Yo estaba feliz, la Ximena no acostumbraba a ser así, entonces había que aprovechar. La tomé de la cintura y la empujé a la cama, la miré y me tiré sobre ella para besarle los labios, ambos olíamos a cerveza desvanecida y a maní triturado, la combinación se sentía única y poco predecible, una mezcla común en ambos, por lo mismo, sonreímos y nos empezamos a masturbar como si la gran ola de calor quemara nuestras pestañas con impotencia. Ahí estábamos los dos, los mismos que chocaron sus cabezas en la oscuridad de un Guanaquero enfiestado, los mismos que pasaron horas y horas hablando de estupideces bajo la luna, los mismos que se ayudaban en momentos pencas tales como cuando tu te curaste y yo te ayude a que no te cayeras, o como cuando tú me subiste el ánimo – en tu particular estilo – para que me sintiera bien y dejara de andar lloriqueando. Ahí estábamos los dos vuelvo a repetir, uno arriba del otro, tu con las piernas afirmadas en las mías y yo con mi boca saboreando el jardín carnavalesco de tus orejas. Se sentía una locura. Así podría llamarse, “La Gran Locura”, la locura de la juventud, sonando a nuestras espaldas “This is Radio Clash” y comerciales fomes sobre las nuevas marcas para los celulares. Ahí estábamos los dos, yo con los Levi’s negros en las rodillas y tu en pelota pero de la cadera para abajo, mirándome estabas, sombría, acomplejada, feliz al mismo tiempo, sudada, exquisita, hermosa como siempre, hermosa más que nunca te veías. Además, no gemías ni gritabas, solo disfrutabas en silencio. Un silencio tan incómodo que ni siquiera puedo recordar porque se me hizo tan incómodo. Ahí estábamos los dos, haciendo el amor. No teniendo sexo, porque ambos sabíamos que eso era de hippies y que asco era empezar a hablar de ellos. No. No teníamos sexo, teníamos amor puro brotando de nuestros poros, el amor caía tan dulce y rápido por las mejillas y llegaba de esta misma forma a abrazar nuestros pechos ácidos producto de la desfachatez. En conclusión tuvimos una buena tarde, la pasamos bien, la pasamos tranquilos y relajados como de costumbre. El final fue todo un momento, es increíble como un llamado marca la diferencia. Carlitos Ramírez y su escapatoria de lo normal, subiéndose los Levi’s y masticando chicle Bigtime. Tú mirándome de arriba abajo y hablando de tonterías que yo feliz escuchaba, todavía estabas en pelota, por eso es que aproveché de despedirme de tus bellos púbicos que tanto amé; fueron los mismos que fueron amenazados por un pantalón plomizo que los hizo escabullirse y aplastarse contra tu calzón tal cual como lo hace un ladrón contra la pared.
Bajando el ascensor te pregunté mientras te besaba:

- ¿Y no te preocupa todo esto?

- ¿Qué cosa?

- Lo que hicimos poh, no te preocupa

- No, no me preocupa

- Pero… ehm… no sé, ¿tomas pastillas?

- Si po, obvio. No soy tan pava.

 Mi día se había arreglado gracias a eso; bueno, no tanto porque ella tomaba pastillas las cuales iban a prevenir que quedara embarazada, sino porque no era pava, y eso era lo que más me gustaba de una mujer. Lo mejor de todo es que Ximena tiene un bonus que la hace ser más increíble; ella no era pava y tampoco era normalizada, era ambigua, misteriosa y muy independiente. A veces creía que estaba enamorado de ella. Pero paremos nuevamente. Yo y la Ximena no tenemos nada juntos ¿okey?, lo que más me importa es que eso quede claro, que quede tan claro como la piel fría que llevaba mientras caminaba por la Alameda en la mañana siguiente. Todo estaba tan frío que hasta mi cigarro se apagó de lo escalofriante que me sentía. Frío. Así es todo en las mañanas de todos, en las tardes de todos y en las noches de todos.

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