Aparecieron
entre las rejas
y
disiparon al instante
su
decrépita ansiedad.
Gobernaban
su universo
y
lo llenaban de cajetillas de cigarros
envueltas
en un grasoso y sucio amor.
Corrompían
los cielos navegando
desde
las tempranas mañanas
repletas
de una mugre
que
los enseraba desde los ojos hasta las patas.
No
hay por dónde ir caminando,
el
camino está muerto.
Muerto
y abandonado por los ojos de imbéciles
que
sólo querían escuchar lo que a ellos les gustaba.
Estaban
rotos y quebrados como las rocas
que
sellaban su dentadura gruesa y traviesa.
Era
el mordisco de la sabia muchedumbre
el
que los mordía y de un momento a otro se volvieron estúpidos
y
dementes,
miserables
y bastardos,
pidiendo
régimen, justicia y orden.
Aquellos
de los que hablo
sé
que son los mismos que basurearon
los
colores psicodélicos y las luces de neón,
los
mismos que vomitaron
en
las embarradas clavijas de tristes humanoides
como
Hendrix, Harrison y Spinetta,
los
mismos que alabaron al dios prohibido
y
a su pena por el mundo.
Los
mismos idiotas que saborearon el grosero falo que les metían por el culo
mientras pedían clemencia por un mundo nuevo.
Los
mismos que ayudaron a ordenar la mesa
pero
que al fin del día rompieron todo con sus codos.
Son
los mismos estúpidos
que
no encontraron nada mejor que hacer
que
atrasaron los segundos y revolvieron las metáforas,
volviéndonos
seres felices
y
deseosos de la venida del espectro
en
el que llenamos de regocijo nuestros sentimientos más bélicos.
Los
mismos
que
en las oscuras calles de Santiago
llenaron
con su semen rojizo nuestros cerebros
alborotados
y somnolientos,
habituándonos
a caminar
con
paso lento y afligido.
Nada
en que pensar y nada que decir.
Desde
ahora en adelante
me
ubicaré siempre en el primer puesto,
recalcando
que los tipos astutos
son
los únicos que fuman marihuana a escondidas,
sintiéndose
así los reyes de su mundo
lleno
de sentimientos instantáneos y sutilezas perdidas.
Magistral amigo.
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