lunes, 20 de mayo de 2013

Barrio Dolores


Caminaba por la calle que estaba a la vuelta de mi casa. En realidad era la única calle en la que podía caminar tranquilo, en todas las demás me era imposible, me daba asco. Me encontraba con todas esas putas que me ofrecían su vagina como si fuesen esas vendedoras de parche-curita que nunca están cuando de verdad las necesitas. Una de esas putas de las calles que me dan asco me dijo algo muy sabio el otro día: "Te vas a morir pronto Carlos, no sigas intentando". Me lo dijo cuándo me la encontré saliendo de la verdulería. Ella estaba ahí plantada, con los pies en el suelo, descalzos, con un cigarrillo en la boca y mostrando su asqueroso ombligo como si fuese a provocarme algo. Cuando me dijo la frase que antes escribí, le respondí que debía lavarse los dientes, realmente olían mal. Le tiré unas monedas en el piso y le dije que me bailará algo, o que se la chupara al tipo de la tienda - pues lo necesitaba con urgencia - , o que se la chupara a alguien más. La mujercita de pies descalzos me miro con odio, trato de golpearme con su cartera pero la esquivé, doblé en la esquina y ella se quedó mirándome, con los ojos pegados en mí, haciéndome unas señas que no entendí. Yo simplemente me reí. Llegué hasta la calle que está a la vuelta de mi casa y me senté en una banca. Miré como los niños pequeños jugaban felices alejados de cualquier mierda que les pudiese arruinar la mente. Vi como mi vecino universitario se drogaba con sus amigotes desde el balcón de su casa. Él era un chico ejemplar, estaba haciendo un diplomado mientras estudiaba en la universidad. Yo le creía su cuento, él tenía algo que contar. Yo le escribía su cuento, a mí nadie me leía. Estaba tratando de parecerme a él, comprobando mi habilidad para copiar las identidades de los demás. Mi vecino sabía lo que hacía, se vestía con ropa reposada, trataba de verse un viejo y tan sólo tenía veinte años. De verdad no entiendo a esos idiotas. Esperan la moda siguiente y la anterior la desechan en el basurero. Se avergüenzan de aquellas épocas y tratan de llenar su cabeza con esas mierdas de los derechos humanos, con los derechos de los indígenas, con el matrimonio homosexual, con la marihuana y toda esa mierda psicoactiva que según ellos los hace ser mucho más intelectuales. ¿De cuándo que los intelectuales consiguen tener mujeres?, ¿de cuándo que son tan populares?, ¿desde cuándo vestirse como ellos resulta ser el grito de la última moda? NO ENTIENDO. No comprendo estas actitudes. No puedo comportarme como mi vecino, me satura, me asfixia, me enferma. Me duele la cabeza. Este hijo de puta sumado con las prostitutas, complementan mi día. Los niños pequeños también estuvieron hoy, lo sé. Los que estaban jugando felices alejados de la mierda, lo sé, sé que estuvieron. Pero no importan. Ellos aún no se dan cuenta de todo lo que sucede, déjenlos en paz. No quiero ser su amigo cuando ellos crezcan, prefiero estar muerto. No quiero seguir viendo como este vecindario repugnante me está matando. Y todo me resulta un problema, esa es la cuestión. Estoy sensible como una mariposa estúpida, con sus alas estúpidas y toda esa cosa ambigua que las hace ser admirables. Por eso es que en ese momento, cuando veía a mi vecino drogarse con sus amigotes y mientras pensaba en todo lo que antes dije, decidí hacer algo extraordinario, una obra de arte única para aquel imbécil que quiera acercarse a verla. Pasé por al lado de los pequeños que jugaban y les sonreí, muchos de ellos me saludaron, sabían que yo los quería a todos. Llegué hasta la puerta de mi casa, la abrí, le dije al gato que se fuera, que hiciera lo que quisiese, parecía que no me entendía, me dio igual. Abrí el cajón de mi escritorio y busqué con velocidad. No encontraba lo que quería. Me rascaba la cabeza y me pasaba los dedos de la mano por la nariz, extrañamente, sin estar enfermo, los mocos bajaron por mi bigote cuando me agaché. Odio la mucosidad, hay cosas que nuestro cuerpo no debería expulsar. Encontré lo que quería, me miré al espejo y me arreglé un poco la cabellera. Cada vez me parecía más a Johnny Cash. Dejé de hacerlo, caminé hasta la ventana de mi pieza y escupí hacia afuera. La vecina de al lado me vio mientras tendía la ropa, me miró feo, con cara fea, con rasgos feos. Le dije que entrara a su casa, que dejara de mirarme. No le importó, siguió haciéndolo. Hay gente que no entiende con palabras. Quizá era sorda, a quién le importa eso. Lo que sí es interesante es lo que viene ahora, lo que viene después del disparo en la cabeza de mi vecino joven, el que se vestía como un viejo y sólo tenía veinte años. Un disparo que no salió de mí revolver, que para mí sorpresa apareció desde la casa que está a mi derecha, la de mi vecino mayor. Un tipo parecido a Clint Eastwood que lo único que quería era paz, quizá ahora la encontró. Su cara me decía que sí. Buen disparo Clint, le grité. Gracias Carlos, estuve practicando. Y el vecino que se drogaba con sus amigotes caía muerto, sus amigos lo miraban y no podían explicárselo. Su madre lloraba, su padre se agarraba de los pelos de la cabeza. La policía llegaba y mi vecino del lado derecho, el que se parecía a Clint Eastwood se resistía a que se lo llevasen preso. Insistía en la idea de que había encontrado la paz. Toda la gente cambiaba la cara, los niños que jugaban alejados de la miseria, ahora eran parte de ella y yo no podía explicármelo. Mi vecina del lado izquierdo seguía mirándome, nada la movía, ni un disparo, ni la muerte, ni el vacío. Yo me sentía cansado, era hora de dormir. Había movimiento a mí alrededor, bulla, silencio, bulla de nuevo. El mundo no paraba y yo sentía como todo se estaba yendo por el retrete. Miré nuevamente la situación, saqué la cabeza por la ventana y las estrellas ya habían aparecido, estaban esperando a que yo las mirara. Guardé el revolver en el escritorio. Lo dejé ahí mismo en donde estaba antes, al lado de mis documentos. Siendo tan frágil, sin balas, vacío. Cómo siempre lo había estado. Bajé las escaleras y salí de mi casa. Me senté en el asfalto mientras apoyaba la cabeza con el brazo derecho. La gente pasaba alterada por al lado mío, los policías se llevaban a mí vecino, a Clint. Los autos que venían desde la carretera central pasaban rápido por al frente mío, buscando un atajo que los llevara a quizás donde. Todos se iban, todos estaban arrancando. Todos se fugaban, pero yo seguía sentado en el maldito asfalto mientras la cámara me grababa desde arriba, con una toma que en vez de acercarse, se alejaba. Se alejaba igual que todos los demás.

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