Caminaba por la calle que estaba a la vuelta de mi casa. En
realidad era la única calle en la que podía caminar tranquilo, en todas las
demás me era imposible, me daba asco. Me encontraba con todas esas putas que me
ofrecían su vagina como si fuesen esas vendedoras de parche-curita que nunca
están cuando de verdad las necesitas. Una de esas putas de las calles que me
dan asco me dijo algo muy sabio el otro día: "Te vas a morir pronto
Carlos, no sigas intentando". Me lo dijo cuándo me la encontré saliendo de
la verdulería. Ella estaba ahí plantada, con los pies en el suelo, descalzos,
con un cigarrillo en la boca y mostrando su asqueroso ombligo como si fuese a
provocarme algo. Cuando me dijo la frase que antes escribí, le respondí que
debía lavarse los dientes, realmente olían mal. Le tiré unas monedas en el piso
y le dije que me bailará algo, o que se la chupara al tipo de la tienda - pues
lo necesitaba con urgencia - , o que se la chupara a alguien más. La mujercita
de pies descalzos me miro con odio, trato de golpearme con su cartera pero la
esquivé, doblé en la esquina y ella se quedó mirándome, con los ojos pegados en
mí, haciéndome unas señas que no entendí. Yo simplemente me reí. Llegué hasta
la calle que está a la vuelta de mi casa y me senté en una banca. Miré como los
niños pequeños jugaban felices alejados de cualquier mierda que les pudiese
arruinar la mente. Vi como mi vecino universitario se drogaba con sus amigotes
desde el balcón de su casa. Él era un chico ejemplar, estaba haciendo un
diplomado mientras estudiaba en la universidad. Yo le creía su cuento, él tenía
algo que contar. Yo le escribía su cuento, a mí nadie me leía. Estaba tratando
de parecerme a él, comprobando mi habilidad para copiar las identidades de los
demás. Mi vecino sabía lo que hacía, se vestía con ropa reposada, trataba de
verse un viejo y tan sólo tenía veinte años. De verdad no entiendo a esos idiotas.
Esperan la moda siguiente y la anterior la desechan en el basurero.
Se avergüenzan de aquellas épocas y tratan de llenar su cabeza con
esas mierdas de los derechos humanos, con los derechos de los indígenas,
con el matrimonio homosexual, con la marihuana y toda esa mierda psicoactiva
que según ellos los hace ser mucho más intelectuales. ¿De cuándo que los
intelectuales consiguen tener mujeres?, ¿de cuándo que son tan populares?,
¿desde cuándo vestirse como ellos resulta ser el grito de la última moda? NO
ENTIENDO. No comprendo estas actitudes. No puedo comportarme como mi vecino, me
satura, me asfixia, me enferma. Me duele la cabeza. Este hijo de puta sumado
con las prostitutas, complementan mi día. Los niños pequeños también estuvieron
hoy, lo sé. Los que estaban jugando felices alejados de la mierda, lo sé, sé
que estuvieron. Pero no importan. Ellos aún no se dan cuenta de todo lo que
sucede, déjenlos en paz. No quiero ser su amigo cuando ellos crezcan, prefiero
estar muerto. No quiero seguir viendo como este vecindario repugnante me está
matando. Y todo me resulta un problema, esa es la cuestión. Estoy sensible como
una mariposa estúpida, con sus alas estúpidas y toda esa cosa ambigua que las
hace ser admirables. Por eso es que en ese momento, cuando veía a mi vecino
drogarse con sus amigotes y mientras pensaba en todo lo que antes dije, decidí
hacer algo extraordinario, una obra de arte única para aquel imbécil que quiera
acercarse a verla. Pasé por al lado de los pequeños que jugaban y les sonreí,
muchos de ellos me saludaron, sabían que yo los quería a todos. Llegué hasta la
puerta de mi casa, la abrí, le dije al gato que se fuera, que hiciera lo que
quisiese, parecía que no me entendía, me dio igual. Abrí el cajón de mi
escritorio y busqué con velocidad. No encontraba lo que quería. Me rascaba la
cabeza y me pasaba los dedos de la mano por la nariz, extrañamente, sin estar
enfermo, los mocos bajaron por mi bigote cuando me agaché. Odio la mucosidad,
hay cosas que nuestro cuerpo no debería expulsar. Encontré lo que quería, me
miré al espejo y me arreglé un poco la cabellera. Cada vez me parecía más a
Johnny Cash. Dejé de hacerlo, caminé hasta la ventana de mi pieza y escupí
hacia afuera. La vecina de al lado me vio mientras tendía la ropa, me miró feo,
con cara fea, con rasgos feos. Le dije que entrara a su casa, que dejara de
mirarme. No le importó, siguió haciéndolo. Hay gente que no entiende con
palabras. Quizá era sorda, a quién le importa eso. Lo que sí es interesante es
lo que viene ahora, lo que viene después del disparo en la cabeza de mi vecino
joven, el que se vestía como un viejo y sólo tenía veinte años. Un disparo que
no salió de mí revolver, que para mí sorpresa apareció desde la casa que está a
mi derecha, la de mi vecino mayor. Un tipo parecido a Clint Eastwood que lo
único que quería era paz, quizá ahora la encontró. Su cara me decía que sí.
Buen disparo Clint, le grité. Gracias Carlos, estuve practicando. Y el vecino
que se drogaba con sus amigotes caía muerto, sus amigos lo miraban y no podían
explicárselo. Su madre lloraba, su padre se agarraba de los pelos de la cabeza.
La policía llegaba y mi vecino del lado derecho, el que se parecía a Clint
Eastwood se resistía a que se lo llevasen preso. Insistía en la idea de que
había encontrado la paz. Toda la gente cambiaba la cara, los niños que jugaban
alejados de la miseria, ahora eran parte de ella y yo no podía explicármelo. Mi
vecina del lado izquierdo seguía mirándome, nada la movía, ni un disparo, ni la
muerte, ni el vacío. Yo me sentía cansado, era hora de dormir. Había movimiento
a mí alrededor, bulla, silencio, bulla de nuevo. El mundo no paraba y yo sentía
como todo se estaba yendo por el retrete. Miré nuevamente la situación, saqué
la cabeza por la ventana y las estrellas ya habían aparecido, estaban esperando
a que yo las mirara. Guardé el revolver en el escritorio. Lo dejé ahí mismo en
donde estaba antes, al lado de mis documentos. Siendo tan frágil, sin balas,
vacío. Cómo siempre lo había estado. Bajé las escaleras y salí de mi casa. Me senté
en el asfalto mientras apoyaba la cabeza con el brazo derecho. La gente pasaba
alterada por al lado mío, los policías se llevaban a mí vecino, a Clint. Los
autos que venían desde la carretera central pasaban rápido por al frente mío,
buscando un atajo que los llevara a quizás donde. Todos se iban, todos estaban
arrancando. Todos se fugaban, pero yo seguía sentado en el maldito asfalto
mientras la cámara me grababa desde arriba, con una toma que en vez de
acercarse, se alejaba. Se alejaba igual que todos los demás.
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