domingo, 4 de julio de 2010

Derretirse

 Las pieles se desgarraban y la muerte de la ansiedad acumulada se estaba estirando mucho más que las nubes en el cielo. Las lágrimas de una mujer emotiva se secaban en la frialdad que abundaba en toda esa gente que miraba el extraño pasar de los zorzales por el viento. Mi paz se descontrolaba, tu paz se descontrolaba, nuestro pelo se amontonaba y tus pies se apretaban pidiendo una respuesta, estaba todo tan abrigado ahí dentro que el mismo calor que sacudía mis poros, llegaba hasta mis ojos que se nublaron con tanta satisfacción que sentía que la cabeza estaba envuelta por la mismísima atmósfera que nos protege.

 Su espalda se movió un poco y botó una serpiente, estábamos en la selva, la selva del placer, la selva de la suciedad, donde nada se esconde, donde nada se da por perdido, estábamos ahí otra vez, clavados casi a la misma hora y con la misma energía que nos caracterizaba a menudo.

 Éramos uno en el cielo bendito de la paz, de las guitarras filosas y del vodka con jugo recién hecho por algún camarada, “tu cielo es mi cielo” le dije. Solo escuchaba repetir el mismo sonido a cada instante, en cada segundo que mi ser estaba junto al de ella, su mano apretaba la mía tan fuerte que ni siquiera las montañosas aventuras de su corazón podían acoger con tanto desvelo.

 El ritmo era continuo y acelerado, apresurado y exigente, hermoso y divino. Mis pies que estaban tranquilos, también empezaron a apretarse y produjeron una saliva, como diría yo, “especial”. Mi boca llevo afuera la saliva e hizo vomitar de mi boca alguna que otra frasecilla, “Eres lo mejor que me paso en este mundo, lo que nadie puede comparar, lo que nadie se atreve a comparar, tu ser, mi ser, se entienden tanto que no quieren soltarse cuando aprovechan el tiempo juntos, acariciándose, mordiéndose, transpirándose”, “Quizás todo concluya con una hermosa niña que lloraría de alegría en tus pechos, aquella niña, la misma niña, esa misma que cuidaría hasta que el cielo de por terminada nuestra vaga existencia, hasta ahí estaré yo, de tu mano bebiendo de tu mar, ahogándome en tu mar, extasiándome con tus labios, que alimentan lo míos y los nutren de tu divina existencia”,” Te amo y quiero amarte de por vida, sin ti desaparezco, no existo”.
Tu cara de repente fue otra, el bosque de tus pechos se movía con la fuerza de una tormenta y la piel de tu estomago se tambaleaba con el fuerte grito que de tu boca emergió, tus aluviones como ojos me miraron extasiados, tus pétalos de brazos se calmaron conmigo, todo tu firme figura estaba desvanecida, mirándome con la cara que de ti nunca había visto, esa cara que ese día me hiso respirar más rápido y con un amor arenal que nadie entendía.

 Ya estaba confirmado, éramos animales, unos salvajes animales de las amazonas. Que nadie nos frene, que nadie nos pare. Tú y yo. Yo y tú, era simplemente lo mismo.

 El olor entre condimento, sudor y satisfacción implícita abundó en el lugar, entró por mi nariz y paralizó cada órgano de mi cuerpo, el olor de tu fruta, el olor de tu piel y todo el olor que de ti salía, invadió mis nublados ojos y los hizo darse vuelta en sí mismos, mis pupilas no existían y mis pómulos se ruborizaron, mi estómago destripado aumentó su rapidez de gacela y de un momento a otro fue invadido por 10.000 mariposas de colores que hacían cosquillas en mis piernas, me sentí expuesto, me sentí distinto, un estruendo de león llego hasta el techo y me hizo llenar de alegría lo que en ese instante era mi extasiada cara, simplemente había tenido mi primer orgasmo, uno de muchos que tú me estarías por entregar.

1 comentario:

  1. Quizás ella nunca sintió que estaba en una selva, quizás solo estaba en un laberinto que ella ya conocía, un rompecabezas de 999 piezas que tú no sabías armar. Quizás ella nunca estuvo consciente de que estabas tomándole la mano, quizás ella nunca te guió, sino que tu la guiaste a ella.
    Quizás nunca te sintió pasar, nunca te escuchó ni una palabra, quizás ella nunca sintió nada, sino que tú la hiciste sentir. Tu la llevaste a Marte y la esperaste con los brazos extendidos. Ella nunca estuvo ahí porque tu sola presencia hacía que perdiera la noción de la realidad, ella olvida que siente dolor cuando está contigo, ella no siente el golpe de tus piernas con las de ellas, ella siente lo que tu sientes, y tú sientes lo que ella siente.

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